Undécimo capítulo de Los días sin ayer, la novela por entregas de Ignacio del Valle que está publicando El País semanal. Ejemplar del domingo 5 de junio.
En este episodio Ignacio refleja las tensiones entre las fuerzas aliadas que ocuparon Berlín durante la posguerra alemanama inmediata:
Un fuerte olor a amoniaco indicó que el cuerpo empezaba a orinarse. Dejó la metralleta junto a su propietario y la pistola con silenciador al lado del inglés. Luego cogió uno de los cuchillos finka de los soviéticos, lo empapó en sangre y lo tiró junto a ellos para que la escena se convirtiese en un revoltijo indescifrable. Muchas armas, mucho ruski, mucho alcohol, mucho tiempo libre, y siempre pasaban cosas. Siempre. Aquello era el pan de cada día, una reyerta más que había terminado como el rosario de la aurora, habría quejas oficiales, papeleo y poco más. Y allí estaba de nuevo la muerte, visitándolos sin formalidades, haciendo su trabajo con eficacia y prontitud, prosaica, sencilla, a veces incluso infantil.
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